sábado, 23 de enero de 2010

Relato de un sueño.

Hace muchos años tuve un sueño que al despertar recordaba tan claro como si lo hubiese vivido y me puse a escribir lo que recordaba antes de que desapareciera como todos los sueños. El siguiente relato es parte de ese sueño:

El Lugar

[...] El lugar era amplio, como una gran cueva, pero sin ser una cueva. Las paredes eran altísimas, y había claridad, luz, pero sin sombras. Ese tipo de luz que está pero que no es posible localizar su fuente emisora.

Había una primera sala, enorme, y luego un corredor hacia la derecha, de un ancho de unos veinte metros, que desembocaba en otra enorme sala, mucho mayor que la de la entrada. Era allí donde estaba el pueblo, construido en la misma pared de piedra, o con esa misma piedra, dando un aspecto singular al recinto donde todo se confundía, casas con rocas, rocas con casas. Tanto la roca como la arena eran de un color amarillo tirando a rojizo en ciertos lugares.

Mi compañero y yo, nos encontrábamos en la entrada, yendo, hacia la pared del fondo de la sala de entrada, hacia algo que nos había llamado la atención. Una especie de altar o patíbulo. Pero a medida que nos acercábamos podíamos ver como el solitario corredor de la derecha, de unos veinte metros de ancho, llevaba hacia el extraño y solitario pueblo. Y extraño era lo que estaba encima del altar o patíbulo.

A medida que nos acercábamos podíamos ver que en lo alto de aquella construcción había una mujer de pie con un traje negro, apoyaba su espalda sobre un tronco que hacia las veces de columna. Pero cuando llegamos a aquello, pudimos ver mejor que era. Una mujer, delgada casi en el esqueleto, tenía la boca abierta congelada en un eterno grito, los ojos abiertos y lo que debía ser blanco era amarillo. En la garganta a la altura de la nuez tenía el motivo de su grito, una estaca que le sobresalía de la garganta unos cuarenta centímetros, y que la mantenía de pie clavada a la columna de madera de su espalda. De la herida del cuello no había emanado sangre que le manchase el pecho, pero sin embargo la estaca estaba manchada de un liquido negruzco que ya estaba seco. La que había sido una mujer estaba de cara hacia la entrada del recinto, como si fuese un cartel de bienvenida. Nada nos indicaba cuanto tiempo llevaba allí clavada. La imagen era aterradora y triste.

Mi compañero simplemente dijo, “como puede nadie dejar a una persona aunque muerta, de esta manera”. Y sin que yo tuviera tiempo de pararlo, le arranco la estaca del cuello.

Los dos nos quedamos parados, congelados esperando como es lógico a que el cuerpo una vez liberado de su fijación, cayera al suelo cual muñeco de trapo. Pero sin embargo se quedo de pie sin caer. Nos miramos y creo que los dos pensamos que debía haber otro punto de agarre que no habíamos visto y así los dos a la vez nos inclinamos un poco hacia el lado para mirar detrás y observar mejor la columna de madera. Él estaba enfrente mía y entre los dos estaba el cadáver de la mujer, de esta forma volvimos a coincidir mirándonos al otro lado de la columna. No vimos ninguna sujeción. Recobramos la posición normal y nos volvimos a mirar, mi compañero aún seguía sosteniendo la enorme estaca en su mano.

En ese mismo instante, la mujer muerta, bajo la cabeza y cerró la boca y los ojos. Mi compañero se puso pálido y seguramente yo también, pero al igual que la mujer antes con la estaca, ahora estábamos los dos petrificados, sin poder hablar ni movernos. Pero esta situación duró unos instante, unos segundos, los mismos que necesitó el cuerpo esquelético de la mujer para hincharse y obtener la corpulencia de una chica de unos 60 kilos. Entonces abrió los ojos, que seguían amarillos pero ahora con un brillo extraño, ni siquiera nos miró, nos ignoró, no estábamos para ella y de repente gritó. Su grito nos heló la sangre, si eso era posible aún. Su grito era un grito mezcla de alegría, triunfo y terror, todo mezclado.

A una velocidad, que ningún ser vivo puede alcanzar, se alejó corriendo de nosotros, hacia el corredor. En unos instantes ya no podíamos verla, pero seguíamos oyendo sus gritos, que retumbaban por toda la estancia, haciéndose eco en las paredes.

En ese momento, comprendimos que habíamos hecho algo de lo que nos arrepentiríamos muy, pero que muy pronto.

A sus gritos, se les sumaron otros de igual naturaleza a la suya. Y a estos gritos, los dados por personas, personas normales, como mi compañero y yo, que gritan cuando ven que su vida se acaba.

Corrimos, cada uno para un lado, pero sin saber a donde ir. Solo corríamos, corríamos de miedo. Fue la última vez que vi a mi compañero.

La escena era dantesca, lo que nos había parecido un pueblo abandonado, ahora estaba repleto de gente que corría hacia todas las direcciones, se empujaban, caían y volvía a correr. Entre ellas se veían figuras oscuras, las cuales no podía distinguir si corrían o volaban, se movían a velocidades increíbles, y cada vez había más de esas figuras, estaban entrando cada vez más.

Entonces lo comprendí, la mujer de la entrada era un cerrojo, un sello, que cerraba la entrada a esas criaturas. Y nosotros sin saber, habíamos roto el sello. La ignorancia, el intentar cambiar algo que no conocemos, había condenado al pueblo que creíamos que no estaba vivo.

La situación era de locos, gente corriendo por todos lados, perseguidos y dados caza por oscuras criaturas de todo tipo y forma. Esas criaturas me infundían un gran miedo, asco, pánico. Me hacían querer estar a miles de kilómetros de ellas, no quería estar cerca de ninguna de ella. No podía ni mirarlas. Y creo que esa misma sensación les daban a todos los habitantes del pueblo, por su forma de correr y de no querer enfrentarse a ellas. Y esto los hacía más fáciles de cazar por las criaturas.

En esta locura y desenfreno, sin saber porque, me encontraba cerca del pueblo, había ido en dirección opuesta a la entrada del lugar, que ahora sería su salida. Hice acopio de fuerzas y volví sobre mis pasos. Intenté controlar, el miedo y repugnancia hacia esas criaturas, y fue curioso pero a medida que controlaba esos sentimientos las criaturas se acercaban menos a mi, no iban a por mi, se cebaban en los habitantes del pueblo. Eso no me hacía sentir más tranquilo, y de todas formas intentaba llegar a la salida pero sin dejarme llevar por la locura y salir corriendo hacia ella, en vez de eso, caminaba observando todo e intentando elegir mejor mi camino por el corredor que me llevaría a la antesala de la salida, evitaba acercarme tanto a las criaturas como a las personas, ya que estas se habían vuelto peligrosas al correr sin ver, sin sentido.

Al final del corredor, que salía a la antesala, solo me faltaban unos cincuenta metros en línea recta hasta la salida, y no se porqué, pero sabía que allí afuera no tendría problemas con las criaturas, ya que allí no se movían con la libertad con que lo hacían dentro del recinto.

Pero tal como doble la esquina del corredor hacia la izquierda, vi como había una criatura nueva. Era la figura de un hombre, canoso, con grandes entradas, de una altura normal, algo corpulento, bastante mayor pero sin ser un anciano y una cara seria y serena. Me infundió un gran respeto, no tenía nada que ver con lo que me hacían sentir las otras criaturas oscuras.

Venía andando hacia el corredor, de forma serena, casi tranquila, ligero pero sin prisas. Se le veía tranquilo, desenvuelto, como pez en el agua. Era chocante ver como entre tanto caos, esa nueva criatura se movía libremente despreocupadamente.

En un primer momento no había observado que detrás de él venía siguiéndolo muy de cerca, otro ser enorme, de más de dos metros de altura, muy corpulento, pero deforme, jorobado con sus más de dos metros de altura. Empujaba una enorme carretilla de mano del tamaño de un carromato llena hasta rebozar de cadáveres. Este parecía que su mente no le acompañaba y de forma automática seguía al ser canoso.

Este hombre canoso, por llamarlo de alguna manera, me miró y corrigió su dirección enfocándola hacia mi. Yo me encontraba con la pared a mis espaldas, el comienzo del corredor a mi derecha. Que podía hacer, no volvería otra vez hacia el corredor, de donde había venido. Podía ir hacia la salida que la tenía enfrente, pero se interponía este ser, ya estaba muy cerca así que para que no me diese alcance debería correr hacia cualquiera de los lados, para rodearlo y salir, pero eso haría que tropezase con las oscuras criaturas que se movían a toda velocidad por todos lados, o en el mejor de los casos con los habitantes del pueblo que también parecían estar por todos lados.

No tenía escapatoria, prefería enfrentarme al ser, lo prefería antes que con las oscuras criaturas.

Durante todo ese tiempo, la había estado observando al igual que él no me quitaba ojo de encima. Y sin darme cuenta ya sabía que era aquel ser. Mientras se aproximaba más y más a mi, se le cruzaban algunas de las pobres personas del pueblo y este ser, muy tranquilamente alargaba el brazo y las tocaba, estas inmediatamente caían muertas al suelo. Fulminante cual rayo. No se cruzo en ningún momento con ninguna criatura oscura. Estas, aunque se movían a toda velocidad y parecían que iban de un lado para otro detrás de los habitantes del pueblo, evitaban acercarse al ser, en un movimiento increíble cambiaban la dirección que pudiera llevarle a cruzarse con el ser y abandonaban a la persona que perseguían, estas es su loca carrera, ni se fijaban que iban derechas hacia el ser, hacia La Muerte. Eso era el ser La Muerte.

Cuando comprendí eso, ya la tenía a un palmo de mi. Se quedó parada enfrente mía, mirándome. Entonces no sentí miedo, solo sentí ira. Estaba muy cabreado porque me había pillado con la espalda contra la pared y sin modo de escapar, eso me había enfadado muchísimo. Y le grite, NO!!. Ella dijo que si con la cabeza. Entonces mi irá aumentó más, estaba enfadado con la muerte por la forma en que me había atrapado y me negaba con todas mis fuerzas a hacer lo que ella quisiese. Así que volví a mirarla a los ojos y le volví a gritar con más fuerza que antes, con más ira y determinación ,que NO!!. Me enfrenté con todas mis fuerzas, la sangre me hervía en las venas, me sentía lleno de energía de vida, no existían en ese momento ni las criaturas oscuras ni las personas, solo La Muerte y yo. Y no estaba dispuesto a dejarla hacer conmigo lo que quisiese. De eso ni hablar. No me había sentido con más energía ni con más furia por agarrarme a la vida hasta ese momento, en el que estaba cara a cara con La Muerte. Le volví a gritar que NO!!, con toda mis fuerzas y mi cara debía reflejar toda mi determinación, porque me miro unos segundos y luego fue como si yo hubiese desaparecido de su vista. Empezó a andar hacia el interior del pasillo hacia el pueblo. Y yo, como si no existiese o no hubiese existido para él.

Volví a mirar la salida y vi que había más criaturas oscuras, por todas partes dándose un festín de carne. En ese momento tenía que decidir que hacer. Podía dirigirme hacía la salida pero debía cruzar ese enorme espacio lleno de oscuras criaturas y como otra vez estaban viniendo los sentimientos que me despertaban esas oscuras criaturas no quería arriesgarme a que en el camino a la salida, me diese el pánico como a los habitantes del pueblo y una de ellas me diese alcance. Pero por el otro lado estaba ese ser, La Muerte que iba haciendo su propia ruta, ninguna de esas oscuras criaturas se les acercaba ,los únicos eran los habitantes del desgraciado pueblo y que nada más entrar a su alcance morían.

Así que pensé: "Como ya la muerte no tiene interés por mi, y nadie se acerca a la muerte. Yo caminaré junto a La Muerte, hasta que ella salga de este lugar. En este lugar de locos, tener por compañera de viaje a La Muerte, es la mejor opción."

Me puse tras ella, cerca del ser deforme que llevaba el carro lleno de muertos, y camine junto a ella hacia el interior del corredor, hacia el pueblo que estaba siendo atacado por las criaturas oscuras. Las oscuras criaturas a las que le habíamos abierto las puertas hacia ese mismo pueblo, por nuestra ignorancia. [...]

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